viernes, 18 de noviembre de 2011

Viajar en microbús... o cómo vivir una gran aventura

Microbús o pesero: dícese del camioncito que recorre la ciudad de México, sin paradas fijas, recogiendo viajeros y bajando pasajeros conforme hace su ruta marcada. Suelen ser para unas 30 personas, cuestan 3 pesos y son una locura... Por lo general los conductores llevan la música a todo volumen, conducen "en chinga" y decoraciones imposibles que van desde imágenes de vírgenes, dados y luces de neón.

Una vez aclarado el concepto de "pesero" no me resisto a contar la aventura que viví ayer montada en uno de ellos... bueno, mejor dicho en tres aunque deberían haber sido sólo dos. Así empezó mi aventura, saliendo de casa de Blanca en dirección a la Avenida del Imán. Debía tomar uno de estos peseros hasta Huipulco y allí cambiar a otro que me llevase hasta el destino final... era la ruta más rápida, pero sólo en teoría. El primer micro que intenté abordar ya no admitía pasajeros, así que esperé hasta el siguiente que sí admitía viajeros pero iba lleno hasta la puerta, pero allí que me metí apretujada en la puerta de entrada junto a otros dos chicos (ni que decir tiene que las puertas delantera y trasera suelen ir abiertas y las calles están llenas de badenes... agárrate fuerte). A pesar del cartel de que hay que bajar por detrás no tuve más remedio que salir por delante... ni modo intentar recorrer los 3 metros entre puerta y puerta. Un viaje tranquilo, la aventura vino con el siguiente pesero.

Todo iba bien hasta que el micro empezó a dar tirones, a perder fuerza y el recorrido que supuestamente tenía que haber hecho en 20 minutos me llevó el doble. El pesero se estropeó, así que tuvimos que esperar a que pasara otro y nos recogiera (no tuvimos que pagar de nuevo el pasaje). El conductor tenía una voz muy suave, casi de pito, llevaba gafas y la verdad iba muy elegante en comparación a la mayoría. Además parecía un buen tipo porque varios pasajeros le saludaron y se despidieron de él... un habitual de los horarios (cosa extraña). Pues allí que íbamos en la nueva ruta cuando de pronto nos encontramos con otro pesero que se había estropeado (la verdad es que es bastante frecuente, los cuidan muy mal y les meten mucha caña... pero tienen su encanto). En esta ocasión ya no había viajeros, pero aún así el conductor frenó para ver si podía ayudar a los compañeros... y tanto que les ayudamos: nos pusimos detrás del averiado y mi camioncito, con pasajer@s y todo, se puso a empujar (que no a remolcar) al otro. Un ruido, unos gritos de ánimo, una sonrisa dibujada en mi boca, pero al final no se pudo hacer nada... como los tunean, el parachoques era de fibra de vidrio y el nuestro de metal así que iba a ser peor el remedio... Nos despedimos de los otros y continuamos el viaje. ¿Qué más puede pasar? Ya nada, pensaba yo para mis adentros... pues sí pasó.

Entrando en la Avenida del Imán nos paramos. En algunos lugares donde se suben viajeros de manera constante suele haber chicos, hombres y mujeres que anuncian la llegada del bus y su destino, después de cargar los peseros reciben una propina del conductor y hasta el siguiente. Pues uno de estos voceros se subió al micro y como el conductor no le quiso dar la propina se enfadó y le quito uno de los carteles que llevan en la parte delantera y donde anuncian el destino. El chico se bajó rápido y se fue hasta el camión que estaba detrás. Pues mi conductor, el hombre tranquilo y amable de gafas de pasta, apagó el motor y se bajó detrás del otro, hasta el punto de que se pusieron a pelear por la devolución del cartel... de verdad que no daba crédito. Al final, cartel en mano, volvió al volante, se ajustó las gafas, pidió perdón al pasaje y continuamos la ruta... Ya no puede pasar nada más, además ya estoy llegando a mi destino... ingenua, ingenua, ingenua. En la gran avenida, por entre unos coches apareció un ciclista en sentido contrario, estaba oscuro y de verdad que salió de pronto, pues frenazo que te crió... menos mal que todavía iba sentada que si no salgo pasillo adelante...

Bueno creo que ya me bajo, porque estoy segura de que si sigo hasta el final del trayecto la embarazada se pone de parto o a algún pasajero le da un ataque al corazón. Sólo puedo decir que no me lo había pasado tan bien en un transporte público en vida, pero también he de reconocer que me lo tomo de esta manera porque ya conocía los peseros. Si esto me llega a pasar en la primera semana de estancia en México busco asilo en otro país.

Por lo demás, todo bien, todo tranquilo, intentando sacar el trabajo adelante y buscando cerrar los planes para el fin de semana largo que se avecina... el domingo es fiesta nacional, celebración de la Revolución con desfile militar incluido. Para no perder el día de descanso, el lunes no se trabaja, así que habrá que pensar en algo interesante para aprovechar estos 3 días, aunque creo que el domingo me pegaré a internet, iPhone y TV para seguir los resultados electorales.

Gracias por seguir al otro lado... o eso espero.

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