miércoles, 22 de febrero de 2012

Cuentos y encuentros de ciudad

A las 18.30 nos vemos en la puerta de Bellas Artes y mientras espero mira a mi alrededor. No perder la inocencia de descubrir a cada paso la ciudad; seguir abriendo muchos los ojos y con la mirada inocente del que se asombra ver como la ciudad se mueve alrededor. Los camiones que pitan junto con el Metrobús cuando llega a cada parada, los vagones separados para mujeres y hombres, el olor de los puestos de tacos, gorditas, hamburguesas,... Los montones de ropa en los puestos del tiangüis y el sonido atronador de los vendedores de DVD's y CD's con los últimos éxitos. Los tacones que golpean los escalones del metros y como la gente se queda parada a ambos lados de las escaleras mecánicas sin prestar atención al chico de los cascos que lleva prisa. Hombres durmiendo en el parque mientras una pareja se besa.

La mujer que carga con el niño, el chico que carga con el bolso de su chica y la chica que carga con un enorme oso de peluche por los pasillos del transbordo el día de San Valentín. Perfumes a granel, los centros comerciales mezclados con los puestos callejeros. El BMW último modelo que compite por un carril en Periférico con el taxi-escarabajo de los años 60.

Conocer a un madrileño en el DF que se ha venido huyendo del paro de la construcción y ahora disfruta colaborando en grupos sociales y zonas marginales. La sonrisa de la niña ante su paleta de fresa y el hombre enfermo que cada día aguarda unas monedas a la entrada del andén.

El paseo Reforma lleno de bancos con diseños musicales, geométricos e imposibles. Los turistas que sonríen; las filas para comprar boletos para un concierto o para tomar un café en Starbucks. El hombre del organillo, la calle de las novias, el Ángel de la Independencia. La chica de tacones que espera a solo unos metros de la de los tatuajes; un concierto en la calle y la plaza Garibaldi llena de rancheras y mariachis, además de los tunos y las estudiantinas.

Así es la ciudad de los rascacielos, las casas sin pintar y los edificios coloniales. Toca seguir sorprendiéndose para que esta experiencia siga mereciendo la pena.

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