domingo, 8 de julio de 2012

Construir una isla

Llevaba dos coletas, gafas de pasta, se llamaba Tiaré (que significa "flor" en Hawai), medía como un metro veinte, tenía 7 años y quiso planear un viaje de dos semanas a una isla desierta con Juan y conmigo. Era importante hacer bien el equipaje, no se nos podían olvidar unas hamacas, unas herramientas para construir una casa en un árbol, la guitarra para poder escuchar música, una caña de pescar, una parrilla y unos cerillos para poder comer. No se nos podía olvidar el traje de bajo, dos camisetas, unas sandalias, unos shorts, el champú y el jabón para estar limpios y detergente para mantener la ropa limpia. Además a la isla iba a venir un fin de semana Ximena, la mejor amiga de Tiaré y habría que decirle qué cosas nos faltaban para que las pudiera llevar. Era importante llevar unos aperitivos y malvaviscos para la cena... era el momento de viajar a la isla. Creo que cuando Juan y yo hablábamos de viajar a un isla desierta no teníamos en mente el viaje de Tiaré, pero creo que ha sido una de las mejores experiencias que he tenido. La frescura del pensamiento de una niña, la capacidad de resolver conflictos y problemas de manera sencilla y natural, el brillo en sus ojos al pensar en la posibilidad de hacer el viaje hasta el punto de ir a pedirle permiso a su mamá.

Esto fue sólo una pequeña parte de la fiesta de cumpleaños de Héctor (esposo de Norma) el sábado a lo largo de todo el día. La verdad es que me lo pasé muy bien. Compartí risas, cervezas, copas de vino, una magnífica lasaña, canté en un karaoke a Rocío Jurado, Mecano, Miguel Bosé, Ana Belén y Alaska, bailé, hablamos de política, arreglamos el mundo, reflexionamos sobre la situación en México y construí una isla. Estoy realmente agradecida a Norma por su invitación, ya que sólo estaba la familia en la reunión y yo... eso es bonito. Me hacen parte de su familia y eso me hace sentir bien.

Para terminar el fin de semana: comida con Ángela en Coyoacán después de una mañana de paseo solitario por las plazas, la iglesia, las calles estrechas, dando de comer a las ardillas, sentada en un banco leyendo el nuevo libro que tengo entre manos. Pasar unas horas con Ángela siempre es bueno, siempre es interesante, siempre es divertido, siempre es reconfortante, porque sin quererlo hablamos de muchas cosas y en especial, hablamos de emociones, de sentimientos. Con ella soy capaz de expresar muchas cosas y lo mejor es que me da la confianza y la tranquilidad para hacerlo de una manera serena y reflexiva. Según ella, parece que a veces hacemos terapia, yo no lo veo así; para mí es un momento de enfocar las cosas desde otro punto de vista más tranquilo.

Ahora toca descansar, ver una película, leer un rato y terminar de cargar las pilas para la semana que entra, que seguro será intensa por el número de reuniones y actividades programadas.

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