No me gusta el boxeo... o eso decía hasta ayer. Noche de boxeo, el combate del año: el filipino Manny Pacquiao vs el mexicano Juan Manuel Márquez. El primero es considerado el mejor boxeador del mundo, campeón en tres categorías diferentes y con una historia de héroe surgido desde las cenizas. El segundo buscaba su gran victoria después de haber encontrado la derrota las dos veces anteriores que se habían enfrentado. Como escenario, uno de los lujosos hoteles de Las Vegas con miles de espectadores en directo y millones por televisión. Himnos nacionales, luces de colores, fuegos artificiales anunciaban que se iba a celebrar la ansiada cita.
Y yo mientras en un bar de La Condesa, celebrando que Sabrina ya ha presentado su tesina y es maestra, rodeada por sus amig@s (más hombres que mujeres), con una cerveza en una mano, un cigarro en la otra y el cuello roto de mirar la televisión. 12 rounds de 2,30 minutos cada uno y la esperanza de ver un buen combate, sin mucha sangre y con muchos golpes espectaculares (estamos viendo boxeo o qué). Pues así comenzó la historia, según los comentaristas mexicanos Márquez lo tenía hecho; esta vez Pacquiao no le podía derrotar, a pesar de la rapidez del filipino. Según la valoración de los comentaristas, el mexicano ganaba por puntos y tod@s lo empezamos a creer. Yo, desde mi inocencia y mi ignorancia, veía al filipino más despierto, menos tocado, más ágil, más fresco, en mejores condiciones. Pacquiao tenía una ceja rota y sangraba, Márquez no sangraba pero tenía la cara hinchada.
Los primeros rounds fueron de acercamiento, de tantear al rival, de dar espectáculo (en este tipo de eventos me creo todas las películas en las que cuentan como los combates están preparados y cómo se dice a los boxeadores que no pueden dejar KO al otro antes de tal o cual asalto. Me creo que el mundo de las apuestas todo lo puede), de ver si esta vez Márquez sería capaz de darle batalla a Pacquiao. Y así fue... hubo pelea y de la buena (según decían).
Gritos en el bar de ánimo, exaltación y las típicas expresiones de ánimo y dolor, en especial para las repeticiones a cámara lenta. Pues nada, que estábamos emocionados, que Márquez lo iba a lograr... y sonó la campana del último round y el mexicano se colocó su gorra y levantó el puño en señal de victoria. Pacquiao se fue a su rincón y arrodillado se puso a rezar (al parecer siempre lo hace). El estadio rugía y nosotr@s en el bar nos mirábamos dando por hecho que el mexicano sería Campeón del Mundo de peso welter. Pero no, los jueces decidieron que el filipino seguía siendo mejor... que se quedaba con su cinturón y que Márquez tendría que esperar al próximo combate. Ni a los presentes en el bar, ni a los espectadores del ring les gustó la decisión, hasta el punto de escucharse gritos, abucheos y lanzamiento de objetos hasta el cuadrilátero... así son los deportes de percepción.
Yo la verdad que me lo pasé bien... creo que porque la gente que tenía a mi alrededor estaba disfrutando y las emociones en masa se contagian. Como anécdota quiero contar un poco de la vida de Manny Pacquiao: comenzó a pelear con 16 años después de haber huido de su casa por la constante violencia física que su padre ejercía sobre él. Comenzó a boxear para comer, para no tener que robar, para tener una vida mejor... y lo logró. Es Campeón de peso welter, fue campeón de peso superpluma, supergallo y mosca. De 58 combates disputados ha ganado 54, en 38 ocasiones a dejado KO a su oponente, ha sufrido 2 empates y sólo tres derrotas. Fue el portador de la bandera de Filipinas en la inauguración de los JJOO de Pekín 2008 y está esperando dejar el boxeo para postularse como candidato a presidente de su país. Conoce los bajos fondos y las necesidades de una gran parte de la población... en fin, que el mito del "hombre hecho a sí mismo", "del héroe nacional" se cumple y estas son las pequeñas cosas que estoy aprendiendo.
Me despido deseándoles un FELIZ CUMPLEAÑOS A JAVIER Y AMPARO!!!
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