Son las 05.30 a.m y el despertador suena por primera vez. Es la hora de abrir los ojos, cerrar la maleta y ponerse rumbo a Chihuahua. El avión sale puntual a las 08.15 y aterriza una hora y cincuenta minutos después en la capital del Estado. De ahí un taxi nos llevará hasta la Noroeste de Camiones para tomar rumbo a Creel. Durante cuatro horas y media viajaremos por el estado, atravesando ciudades y pueblos, presenciando el cambio de paisaje y ascendiendo hacia el inicio de la Sierra Tarahumara.
Desde el inicio del descenso del avión, hay algo en los colores ocres de la tierra de Chihuahua que me atrapa. Me desconciertan los grandes valles y las elevaciones rocosas y arcillosas que parece que se fueran a desmoronar con la siguiente tormenta. Me sorprende los arbustos y matorrales secos a primera vista pero de los que despuntan nuevos brotes verdes. A su lado árboles algo más frondosos. Terrenos pedregosos junto a grandes arenales.
Me sorprende la fuerza del sol que se refleja en el suelo, el tendido eléctrico que recorre kilómetro tras kilómetro el terreno baldío, la vía del tren, un camino de tierra que surca el monte y se pierde hasta el siguiente rancho. Aparecen los terrenos cercados en los que se mezclan los postes metálicos con troncos y el alambre de espino que delimita el espacio.
La vía del tren aparece y desaparece como jugando al escondite con la carretera. Cuando una va hacia la derecha, la otra brinca a la izquierda para encontrarse un poco más adelante. Aparece un río sucio, un puente de piedra derruído, un hilo de agua y cauce seco. En la siguiente curva aparecen unas cuantas casas y cabezas de ganado libres. Un rebaño de cabras que pegan el hocico al suelo buscando, entre el pasto seco, un brote verde.
La gran llanura hace que el cielo parezca más grande. El terreno se eleva de nuevo. Es en estos momentos en los que me gustaría poder dibujar lo que veo, pero para eso tengo mi cámara de fotos.
Cierro los ojos durante algún tiempo y cuando despierto, la película ha terminado y va a comenzar la siguiente. El paisaje ha cambiado. Cada vez es más montañoso, más empinado y cargado de coníferas. Hemos atravesado la ciudad de Cuauhtemoc; después vendrán otros pueblos y otras paradas en mitad de la carretera. Al camión se suben vendedores de burritos y refrescos ofreciendo de comer a los viajeros. De pronto me traslado a la obra de teatro Muerte de un viajante cuando un hombre de cerca de sesenta años sube ofreciendo productos milagrosos para la piel y los dolores musculares.
Finalmente llegamos a Creel: algunos dirán que es una ciudad pequeña e importante del estado, la puerta a las Barrancas del Cobre y parada obligada del Chepe en su viaje por el norte. Para mí es un pueblo pequeño cruzado por una avenida de cuatro carriles, con una Plaza Principal y las vías del tren que silba a su paso. El sol es fuerte, pero su compañero el viento hace que sea más leve la sensación de calor.
Mi pequeña aventurera... ¡no dejes nunca de escribir en esta ventanita al mundo que nos has abierto! Permite que llegue una brisa de conocimientos y experiencias compartidas que relaja mucho a quienes estamos lejos de ti.
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