En noviembre hará un año que Óscar, mientras trabajaba en la instalación de una tirolina para un documental, sufrió una caída desde 12 metros de altura. El resultado dos meses y medio sin poder caminar, una cirugía para recomponerle el pie y la rodilla y el reto mental de querer volver a hacer su vida... seguir escalando, enseñando, volver a la montaña y sentir la adrenalina en la roca. Después de casi un año ha recuperado su abrazo con la roca, tiene ganas de subir y bajar, tiene ganas de atarse una cuerda y no volver a cometer el error que le llevó a caer. Tiene ganas de que otros los intenten, tiene mucha fuerza mental para superar el dolor y no rendirse ante él.
Del viaje a Tepoztlán me quedo con las personas que he conocido y con la experiencia de haber subido sólo 3 metros. Me quedo con el dolor de las articulaciones y el reto mental que para mí supuso encaramarme a una roca (teniendo en cuenta el vértigo que padezco). Me quedo con la sensación de haberlo intentado y con las ganas de volver a intentarlo. Me quedo con las palabras de ánimo que desde abajo me daban Antón, Chelsea y Maren (un niño de 4 años que no ve el límite en la escalada). Me quedo con las palabras de seguridad y confianza de Óscar que me animaba a subir un centímetro más para que no me quedase la sensación de no haber podido hacerlo. Caer es humano, no intentarlo es un error con el que cargarás toda una vida. Tuve momentos de miedo, de no saber qué hacer con mis manos y mis pies, de no encontrar el próximo saliente al que encaramarme; no confío en la capacidad de mis pies tanto como se debería y confío más en la fuerza de mis brazos y manos para poder subir mi cuerpo. Parte del aprendizaje consiste en eso, en saber que todo tu cuerpo juega para poder avanzar. Cada vez tengo más claro que es nuestra mente y racionalidad la que nos impide llevar a cabo ciertas acciones a pesar de saber que no va a ocurrir nada. La mente en muchos casos nos frena y nos induce miedos que nos llevan a no ser capaces de escuchar y entender lo que se nos dice. Eso también me pasó subiendo por una roca... no era difícil, sólo era una cuestión de análisis pero aunque Óscar me hablaba y me decía que confiara en él y que le diera la mano para poder subir, mi cerebro se bloqueó y yo me convertí en un parásito encaramado a una roca de la que no podía moverme. Además está la cuestión del orgullo que nos impide muchas veces aceptar la ayuda de los otros por propio afán de superación personal... estúpida!!! Bueno, al final pude escalar mis tres metros y trepar por unas rocas para ver una vista increíble de todo el valle. Una de las reflexiones a las que llego es que la mayoría de los lugares maravillosos de la naturaleza o son inaccesibles o requieren del esfuerzo personal para poder ser contemplados.
De este viaje también me quedo con el recibimiento y cariño recibidos por Gabriel, Jade y su pequeña de un año Lena, que nos abrieron las puertas de su casa, nos invitaron a un trago y a sentarnos a su mesa.
El lunes fue el día de la visita turística de rigor... el Tepozteco: una hora y media de camino entre las montañas para tocar la cima en un antiguo templo y de nuevo una vista increíble de los cerros, el pueblo y el infinito paisaje. Tepoztlán es uno de los llamados Pueblos Mágicos... en cada calle puedes encontrar lectura de manos, mercado de artesanía, fotos del aura, remedios naturales. Es un lugar especial y con mucho encanto que me ha recibido con un sol maravilloso y me ha hecho tener experiencias de superación. Algo que no puede faltar en los paseos por México es el constante olor a comida que te abre los cinco sentido de manera constante y el afán de la gente por abrir las puertas de su casa y montar un pequeño puesto de comida para ganarse un dinero extra.
Sólo puedo decir que después de todo regresé al lluvioso DF con un kilo de mugre pegado en mi piel, varias picaduras de mosquito en brazos, piernas y cara, agujetas en todas mis extremidades y la sensación de que sí es posible.
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