miércoles, 26 de septiembre de 2012

Historias en la Tarahumara (III): De matanzas y registros

Amanecer en Norogachi
Por la mañana Norogachi despierta cubierto por la bruma. El sol calienta los prados verdes y hace que el vapor emerja del suelo silencioso. No se ve el cerro, ni el valle y casi no se percibe el bosque que rodea la casa. Sólo el sonido del agua circulando por el río, el despertar de algunos pájaros, el maullido de los gatos y el gruñido de un cerdo que va a ser sacrificado interrumpen el silencioso ascender del agua.

Un hierro atraviesa el corazón del puerco y pone fin a su desesperación. Comienza el baño y el afeitado del animal, el sangrado y el despiece. Anareli y Elvira sujetan las patas, Lalo maneja el cuchillo con destreza y abre al cerdo en canal. Despacio mete sus manos en el animal para terminar de estirar los músculos y con un vaso empieza a vaciar la sangre en un barreño. Miro atónita el espectáculo de cuchillo y sangre sin atreverme a ayudar, a pedir permiso para participar del ritual. Prefiero darme la vuelta y ver como ocurre todo desde la ventana del cuarto donde muelo el maíz azul. La masa recorre el metate para después hacer una bola que terminará por ser una tortilla entre las manos de Juanita. De ahí al comal que se calienta sobre unas hoguera hecha en el suelo del patio. Dicen en la Sierra que la mujer que sabe hacer tortillas ya se puede casar. Creo que a mí todavía me faltan unas cuántas lecciones en la vida.

Matanza
Tras la matanza, las tortillas y el almuerzo a base de puerco asistiré a una reunión comunitaria. El salón está repleto de hombres y mujeres vestidos con trajes tradicionales, al estilo ranchero o combinando ambas. Muchos han caminado durante horas para llegar a Norogachi; el motivo: concienciar a las personas para que registren a sus hijos y se registren ellos mismos, que cada uno tenga un acta de nacimiento para poder tener "personalidad jurídica". En la mesa alargada que preside el salón están las autoridades de gobierno e instituciones. El resto del salón amueblado con bancas de madera, allí es donde se sienta el pueblo rarámuri. No sé bien quién mira a quién. El problema no es sólo que la gente no registre a sus hijos sino que a lo largo de su vida pueden utilizar diferentes nombres, ir construyendo una identidad propia con un nombre que les identifique; otros no tienen apellido y algunos utilizan como fecha de nacimiento "las primeras lluvias de abril" o "la recogida de la cosecha en casa de Juan". ¿De qué año? Quién sabe. Es el vivo ejemplo de que una persona puede ser quien desee en cualquier momento de su vida. Es el vivo ejemplo de que estas personas carecieron de valor para el Estado durante muchos años: si no estaban en los registros no existían y si no existían no era necesario atender sus necesidades de sanidad, derecho al voto, derecho a unas infraestructuras, derecho a la educación. Invisibilizados, olvidados y felizmente aislados en la Sierra Tarahumara... hasta ahora.

Los pies del camino
Los hombres traen guaraches hechos con llantas y correas de cuero. Recorren largas distancias por caminos de tierra cargados de polvo, carreteras por las que nunca pasan coches y en marañados bosques de encimas y pinos. Sus pies son anchos, agrietados, curtidos por el roce de la tierra, callosos por el peso del camino. Las mujeres con sus vestidos floreados cargan niños a la espalda atados con un reboso; después de la reunión también cargarán con las bolsas de alimentos y le darán la mano al niño que ya puede caminar solo para regresar a su comunidad.

Mujeres rarámuri
Los niños me miran y sonríen. Juanita me ha hecho responsable de una bolsa llena de chocolates. Me miran, miran a sus madres, señalan la bolsa con los dulces y me dicen algo en rarámuri que no entiendo. Yo sólo sonrío y en un gesto de juego y complicidad les doy una a cada uno; pronto tendrán las manos cubiertas de chocolate y los dientes marrones. Creo que ahora sonríen más que antes.

Caminamos por la carretera en busca de Chelina. Antes entramos en la iglesia: una nave desnuda con altos ventanales y un Cristo crucificado al fondo. Bajo sus pies una virgen del Pilar diminuta, sin manto sólo cargando con su niño en brazos. La madera del suelo cruje bajo los pies, los bancos parecen cubiertos de polvo o más bien están ajados por el paso del tiempo. A la entrada de la iglesia y antes de que comiencen las filas de asientos queda un espacio vacío; creo que es para que las mujeres se sienten con sus hijos como hicieron en la reunión de la mañana.

Chelina camina deprisa, con determinación y de manera ágil por el camino de piedras, mientras yo procuro no meter mis pies en los charcos o no resbalarme en el siguiente paso. Conoce los atajos para llegar a la carretera y no se detiene jamás para mirar atrás. Lleva tres años como gobernadora de Norogachi, dice que no es común que una mujer ocupe un puesto de tanta responsabilidad pero que la eligieron los hombres por su trabajo en el hospital, por sus conocimientos, por su manera de hablar y explicarse, por no agachar la mirada.

Vuelve a llover en la Sierra. El cielo se ilumina con cada relámpago, caen gotas grandes que repiquetean en las piedras y en el techo de lámina. Todavía no son las nueve de la noche pero ya ha oscurecido, ha sido un largo día, es hora de despedirse, dar las buenas noches e irse a dormir.

Rarámuri con traje tradicional

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