miércoles, 26 de septiembre de 2012

Historias en la Tarahumara (II): Encuentros en Norogachi

Norogachi: en casa de Juanita
Por la noche en Norogachi se escuchan los grillos y el río que corre por el cerro. Se escucha la guitarra de Anareli y a Elvira que canta bajito para no despertar a la noche. Las mujeres que trabajan en la construcción de las trincheras para la retención de suelo de Las Turbinas lo hacen con el traje tradicional. Caminan por el cerro recogiendo las piedras que servirán de contención, caminan con su guaraches (sandalias de cuero que se atan en sus tobillos. En algunas ocasiones las suelas son de neumático reciclado) y sus faldas de vuelo llenas de colores. Cargan las piedras mientras sus trajes de flores se enredan en las ramas caídas y contrastan con los colores ocres del bosque.

Luli admirando la presa de El Táscate
Ha vuelto a llover en la noche, de nuevo el pasto brilla con el rocío que permanece pegado en las hojas y que busca el lugar por donde escapar hacia el suelo o evaporarse hacia el cielo... volverá a llover. Hemos comido dos veces: una con Chiro que nos llevó a casa de una prima, la segunda con Juanita en su casa que nos esperaba casi con la mesa puesta... no se puede decir que no cuando a una le abren las puertas de una casa y le invitan a compartir un plato de comida. Todavía no me acostumbro a visitar las letrinas en la mañana (en realidad, en ningún momento del día) y a pasar tres días sin ducharme. Hoy por fin lo hice; por fin pude ducharme calentando una olla de agua durante casi una hora en la estufa de hierro cargada de madera. No sé que tiene el fuego, ni la lluvia en el cristal que me hipnotizan, me alejan del mundo, dejan mi mente en blanco y me transportan a ningún lugar. Como si de una escena a cámara lenta dentro de una película se tratase noto como el agua recorre mi cuerpo, escurre por mi pelo y baja por mi espalda hasta perderse en las piernas. Se ha hecho de noche y el baño no tiene luz, así que me alumbro con la linterna de un móvil y los relámpagos que de vez en cuando se cuelan por la ventana para verme desnuda.

Rodrigo moliendo el maíz
He hecho tortillas de maíz a mano en El Táscate bajo la divertida mirada de Luli y las risas de Chiro al ver mi incapacidad, al ver cómo para cada tortilla invierto el mismo tiempo que invierte Luli en hacer más de dos. Chiro se ríe sobretodo cuando Rodrigo decide que también quiere probar: "Los hombres no hacen tortillas". Así es, en la Sierra Tarahumara los hombres no hacen tortillas; como las mujeres no acarrean leña, no cuidan de la milpa, no traen dinero de fuera y no vigilan los huertos salvo que ellos se tengan que marchar de la casa. En ese caso, ellas harán todo eso y más: cuidarán de los hijos, prepararán la comida, tendrán la casa limpia, mantendrán el fuego vivo, coserán sus trajes y esperarán a que ellos regresen.

De pronto, soy consciente de la dependencia (casi enfermiza) que tengo de la tecnología. Tan sólo llevo tres días sin estar delante del ordenador, viajando durante horas por internet y hoy al ver la posibilidad de conectarme en el café internet del profesor Rodolfo en Norogachi al que fuimos a entrevistar me he puesto nerviosa. Quizás mañana vencer a la tentación sea demasiado fuerte, hoy sin embargo salimos como si nada importase, como si el mundo más allá del horizonte no significase nada.

Al regresar por el camino de tierra y piedras veo a Juanita y a Lalo sentados en la barda de piedra de entrada a la casa. Ella está vestida de azul y rosa con su traje tradicional, con el pelo recogido en un moño a mitad de la cabeza; él vestido de ranchero con sus botas camperas y su sombrero blanco, la camisa de cuadros por dentro del vaquero que queda sujeto con un cinturón de cuero y cerrado con una hebilla metálica. Los dos desgranan el maíz mientras se miran a los ojos y hablan en voz baja. Mañana volveremos a tener tortillas recién hechas para desayunar.

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